lunes, 27 de mayo de 2013

Alfonso Guerra, el actor retirado


En el dominical de El País de la semana pasada hay una entrevista a Alfonso Guerra no muy extensa pero sí de cierta densidad. A mí Guerra me pareció siempre un extraordinario actor, no por nada dos de sus mejores amigos fueron Fernando Fernán-Gómez y Adolfo Marsillach. También le considero un hombre que a su manera ha seguido siendo fiel a su clase social de origen, algo a lo que otros renunciaron hace mucho tiempo y sin grandes problemas de conciencia.

Nunca fui guerrista. Luché contra sus seguidores en Catalunya, gente obrera con escasa experiencia en la militancia activa y menor preparación política. Tal vez por eso, por no haberle reído nunca las gracias a Guerra, me irritó sobremanera que algunos que juraban por "Alfonso" luego le negaran en público con verdadero desparpajo cuando fue laminado por la ascensión de la "beautiful people" al poder y sus delicias. A Guerra le defenestraron con excusas absurdas, como tener un hermano chorizo (¡la de gente que se quedaría en la calle hoy en España por esa razón!) o ser el azote verbal impenitente de derechas e izquierdas, además de tener fichado de frente y de perfil a todo bicho viviente (lo que al menos en el partido, era la pura verdad). En realidad a Alfonso Guerra lo sacaron del Gobierno y del partido porque su control del aparato y su ascendiente sobre las bases dificultaba la "puesta al día" de éste en términos social-liberales.   

Ya en sus años de poder Guerra se construyó una imagen de intelectual senequista, huraño y solitario, al que todo le resbala porque su reino no es de este mundo, y que como dice en esa entrevista, vive entregado a la Naturaleza, el arte y los libros. Cada vez que leo esas cosas, me sonrío. ¡Qué actor insuperable! Alfonso Guerra tiene de intelectual lo que yo de torero goyesco. Guerra siempre ha sido un gran y desordenado lector de libros, cierto, y con el tiempo ha aprendido algunos conceptos básicos sobre arte y cultura en general, pero carece de construcción intelectual y su formación ideológica es muy somera, como demuestran sus por otra parte escasos escritos, ninguno de los cuales tiene carácter teórico. No hubo nunca aliento estratégico en sus palabras, solo el tacticismo que gobierna a quien carece de preparación para atisbar más allá de lo cotidiano. Ocurre que desde joven, a Guerra le encantó disfrazarse con ese personaje que después tan bien le ha servido como refugio en el que vivir su distanciamiento forzado de la vida pública. 

 Lo paradójico del caso es que en esta España en la que la cabeza ya solo se usa para rematar balones de fútbol, Alfonso Guerra se ha convertido en el intelectual de izquierdas más importante del país, tal vez porque no hay nadie más que hable de la poesía de Antonio Machado, las sinfonías de Gustav Mahler y el PSOE de Pablo Iglesias en un mismo párrafo de una conversación, ni desde luego que apele en sus reflexiones a la clase obrera como sujeto político (histórico más que contemporaneo, eso sí) de este país. 

Para pasmo de quienes desde la izquierda abominamos en su momento del guerrismo como corriente política y como estilo de estar en política y una vez finiquitado éste, Alfonso Guerra se ha convertido en un referente, quizá el único que nos queda vivo. ¡Las vueltas que da el mundo!.
 
El dice que a sus 73 años ya no está para nada ni para nadie. Los viejos actores son así: fingen desdeñar las tablas, pero continúan esperando que les ofrezcan el papel de su vida.

En la fotografía que ilustra el post, Alfonso Guerra, de ayer a hoy.

1 comentario:

  1. Algunas veces hemos discrepado, pero con Guerra la's clavao. Sólo queda que se retire, al menos del escaño que ocupa sin demasiado fruto colectivo. Personal es otra cosa. Está perfectamente amortizado.
    Joaquin

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