jueves, 6 de septiembre de 2012

Cosas que ocurren cuando el Estado dimite de sus responsabilidades



Un triste suceso ocurrido en Barcelona el martes pasado ha generado una pequeña noticia -pequeña en cuanto al espacio que ha ocupado en los medios, pero grande en cuanto a la tragedia contenida en ella- que le deja a uno con ganas de tirarse a la calle a liarla parda.

Dicen los diarios barceloneses que ese día un anciano de 74 años mató de un disparo a un hijo de 46 años, discapacitado mental profundo, y luego se suicidó. Los hechos ocurrieron en el cementerio de Sant Andreu, en el distrito de Nou Barris, en Barcelona, durante una visita de ambos a la tumba de la esposa y madre respectivamente, fallecida días antes. El desgraciado anciano "habría decidido acabar con la vida de su hijo a causa de su grave enfermedad. El hombre, al parecer, se veía incapaz de cuidar de él tras enviudar la semana pasada", según La Vanguardia. La edición catalana de El País informa de que al parecer, la familia no tenía dificultades económicas notorias.

Resulta difícil no sentirse conmovido por la tragedia que golpeó a esas personas, residentes en el barrio obrero por excelencia de Barcelona. Un hombre mayor y humilde, acostumbrado como la mayoría de los de su generación a que su esposa se ocupara de todo en la familia, se encuentra de repente solo tras el fallecimiento de la mujer. A ese sentimiento de pérdida y ruptura se añade la desesperación por tener que atender a un hijo totalmente incapacitado, del que con seguridad se habría estado ocupando la esposa hasta su muerte como solo una madre sabe hacerlo.

No se dice en la noticia, pero parece obvio que el viudo carecía de apoyo público para atender al hijo discapacitado. De haberlo tenido seguramente el padre no se habría sentido impelido a la acción cometida, que por extraño que pueda sonar fue ante todo un acto de amor dictado por sentimientos que nadie sabría verbalizar pero sin cuya existencia el mundo sería un lodazal solo apto para cerdos y especuladores, con lo difícil que resulta diferenciar unos de otros. Ocurre que si al lado de este hombre hubiera habido la asistencia cotidiana de profesionales -es decir, de servicios públicos- que le hubieran aliviado la pesada carga que cayó sobre sus viejos hombros, atendiendo a domicilio al hijo incapacitado y ayudándole a él en las tareas domésticas por ejemplo, es muy posible que no hubiera llegado a tomar una decisión tan dolorosa como la de acabar con la vida de su hijo y la suya propia.  

Pero claro esto no es Suecia sino España, y aquí incluso una Ley de Dependencia tan alicorta como la vigente es escarnecida por el mismo Gobierno que debería aplicarla. 

Tal como van las cosas en este país, casos como este pronto dejarán de ser noticia.

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